ESCUCHANDO LA INCITACIÓN DE DIOS

Por
Tony Alamo

Cuando Cristo con Su Padre por el Espíritu habita en nosotros, tenemos la dinámica divina que nos permite ponernos a un lado y permitir que Cristo viva la vida de Dios dentro de nosotros en el mundo como lo hizo Él cuando vivió en un cuerpo humano dos mil y un años atrás.1 La única manera posible que la bendición del revivamiento pueda llegar a ser permanente es si cada verdadero creyente sabe que lo que ha recibido en la comunión de los santos puede ser personalmente asegurado y aumentado a él con el ministerio bendito del Espíritu Santo, que mora en él.2 Sin embargo, la mayoría de los Cristianos no están conscientes de la presencia del Espíritu Santo en ellos ni enterados del significado o propósito de Su función en ellos.

En Filipenses 2:12-13, está escrito, “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor. Porque Dios es el que EN VOSOTROS produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” Si somos creyentes verdaderos, temeremos desobedecer la enseñanza y la dirección del Espíritu en nosotros. Esto es porque sabemos que no estamos tratando con un humano o una obra humana, sino con el Espíritu Santo haciendo la obra de Dios en y a través de nosotros. No es para los que estamos en el ministerio de Dios pensar o calcular las cosas con nuestro cerebro carnal, el cual debe de estar bajo sometimiento a Dios.3

El Consolador, el Espíritu Santo, debe ser el que nos enseña todas las cosas, dirigiéndonos a través de cada día, un día a la vez.4

Cuando Moisés se paró ante la zarza que ardía en fuego, el Señor le ordenó, diciendo, “Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Ex. 3:5). Aquellos de nosotros en quienes mora el Espíritu del Dios Trino y que estamos conscientes de Su poder y dirección viviendo y obrando en y a través de nosotros, también estamos conscientes de que estamos parados en tierra santa. Es Cristo con el Padre por el Espíritu que es el obrero de buena voluntad y el hacedor en nosotros.5

Siempre tenemos que separarnos del mundo por el Espíritu de Dios en nosotros; es decir, santificarnos nosotros mismos por el Espíritu lejos del mundo, porque estamos en el servicio de Dios y es Él en nosotros que hace Su obra.6 Cuando moramos en Él y Él en nosotros, no hay duda de que estamos parados en la presencia de Dios y en tierra santa, aún más que Moisés ya que Cristo nunca vivió en ninguna persona por el Espíritu hasta el Día de Pentecostés (Hch. 2:1-4, 16-18). “Porque Dios es el que EN VOSOTROS produce así el querer como el hacer [Su obra]” (Fil. 2:13).

“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12). Quizás te has preguntado que es lo que Dios quiere decir cuando oímos que deberemos ocuparnos en nuestra salvación. Pablo nos dice en este mismo texto, “Por tanto, amados míos, como SIEMPRE HABÉIS OBEDECIDO” (Fil. 2:12). Esto significa que la obra de Dios siempre fue hecha por el Espíritu en y a través de ellos. La obra de Dios siempre se podrá hacer por Su Espíritu viviendo en nosotros así como lo hizo en Cristo y en cada apóstol.7

Cristo, por el Espíritu de Dios viviendo y obrando en y a través de Él, fue obediente hasta la muerte.8 En el segundo capítulo de la Epístola a los Filipenses, versículos cinco al once, vemos que ésta era la obra de Cristo. Debido a Su obediencia y Su humillación, Él como Dios y hombre fue sumamente exaltado “sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:9-11). Por lo tanto, también debemos obedecer humillándonos y mortificándonos por la presencia del Espíritu ambos viviendo y obrando en y a través de nosotros.9 Vemos al Espíritu Santo (versículos 12-13) haciendo Su obra en Jesús, quien fue obediente hasta la muerte.

La muerte y el deseo de poner nuestra propia voluntad a muerte por el Espíritu de Dios que reside en nosotros, son contra nuestra naturaleza carnal.10 Nuestra naturaleza carnal luchará contra cada pensamiento que se trate con el perder nuestro estilo de vida carnal.11 Así como Jesús, quien sin pecado se entregó a Dios por el Espíritu Santo muriendo por nosotros, Él finalizó Su obra de sacrificarse por los pecados de otros.12 La obra del Espíritu Santo nos lleva a comunión con el Cristo moribundo, quien estaba muerto pero ahora vive. El Espíritu Santo nos hace dispuestos a dejar que nuestra voluntad y nuestro ser carnal muera por el poder de la vida de Cristo morando en nosotros.13

El Espíritu Santo nos hace dispuestos a tomar el lugar donde la muerte de Cristo nos ha puesto.14 “Por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co. 5:15). Ningún ser humano puede entrar a este lugar donde Cristo por Su poder nos ha puesto.15 El Espíritu Santo es el que nos dirige a estar dispuestos a unirnos en comunión con la vida moribunda y resucitada de Cristo con gozo y amor.16

“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12). Quizás te has preguntado que es lo que Dios quiere decir cuando oímos que deberemos ocuparnos en nuestra salvación. Pablo nos dice en este mismo texto, “Por tanto, amados míos, como SIEMPRE HABÉIS OBEDECIDO” (Fil. 2:12). Esto significa que la obra de Dios siempre fue hecha por el Espíritu en y a través de ellos. La obra de Dios siempre se podrá hacer por Su Espíritu viviendo en nosotros así como lo hizo en Cristo y en cada apóstol.7

Cristo, por el Espíritu de Dios viviendo y obrando en y a través de Él, fue obediente hasta la muerte.8 En el segundo capítulo de la Epístola a los Filipenses, versículos cinco al once, vemos que ésta era la obra de Cristo. Debido a Su obediencia y Su humillación, Él como Dios y hombre fue sumamente exaltado “sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:9-11). Por lo tanto, también debemos obedecer humillándonos y mortificándonos por la presencia del Espíritu ambos viviendo y obrando en y a través de nosotros.9 Vemos al Espíritu Santo (versículos 12-13) haciendo Su obra en Jesús, quien fue obediente hasta la muerte.

La muerte y el deseo de poner nuestra propia voluntad a muerte por el Espíritu de Dios que reside en nosotros, son contra nuestra naturaleza carnal.10 Nuestra naturaleza carnal luchará contra cada pensamiento que se trate con el perder nuestro estilo de vida carnal.11 Así como Jesús, quien sin pecado se entregó a Dios por el Espíritu Santo muriendo por nosotros, Él finalizó Su obra de sacrificarse por los pecados de otros.12 La obra del Espíritu Santo nos lleva a comunión con el Cristo moribundo, quien estaba muerto pero ahora vive. El Espíritu Santo nos hace dispuestos a dejar que nuestra voluntad y nuestro ser carnal muera por el poder de la vida de Cristo morando en nosotros.13

El Espíritu Santo nos hace dispuestos a tomar el lugar donde la muerte de Cristo nos ha puesto.14 “Por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co. 5:15). Ningún ser humano puede entrar a este lugar donde Cristo por Su poder nos ha puesto.15 El Espíritu Santo es el que nos dirige a estar dispuestos a unirnos en comunión con la vida moribunda y resucitada de Cristo con gozo y amor.16

Jesús les instruyó a Sus discípulos a que aún en Su ausencia (física) siguieran rindiéndose al Espíritu Santo, el cual les enseñaría a seguir al Cordero.17 Esto te hará más dispuesto a morirte con Cristo para que le puedas servir con entusiasmo y fidelidad por Su Espíritu en la nueva vida que Él te ha dado.18 Tienes que hacerlo con temor y temblor19porque es Dios que está obrando en ti y a través de ti en este mundo condenado y demoníaco para que los pecadores puedan ser salvos.20 La clase de temor de Dios que necesitamos tener es el temor de desobedecer la dirección o la incitación del Espíritu Santo, no importa en qué dirección Él nos lleve, de modo que Él pueda usar todo nuestro ser como Su lugar de trabajo para darle grande gloria a Dios.21 Tenemos que dejar que todo sea dirigido por el Espíritu Santo.22 Entre más rápido se centre nuestro temor en nunca evitar la dirección del Señor por el Espíritu, más rápido nos deshaceremos del temor de cualquier otra cosa. Es en este punto de crecimiento espiritual que primero podremos buscar al Reino de Dios y Su justicia. Entonces todas las cosas serán dadas a nosotros.23

El Espíritu Santo está en todas partes. Él está muy cerca. Él está en aquellos de nosotros que hemos nacido de nuevo del Espíritu.24 Él te quiere bajo Su control y Su poder para poder transformarte.25 Tienes que temer perder aún una de Sus incitaciones, porque todo lo que Él hace ambos en ti y a través de ti tiene que ver con labor que es eterno.26 La eternidad, lo infinito, es final.27 Es por nuestra experiencia de temer la pérdida de hasta una de Sus incitaciones, que podremos aumentar en nuestro conocimiento del amor de Dios; porque cuando obedecemos Su incitación, experimentaremos un milagro multi-facético. También experimentaremos más fe y más temor de Dios. El amor y el temor de Dios son compañeros.28 Trabajan juntos, regulándose en nosotros. Siempre están de acuerdo.29

El establecimiento del Reino del Cielo en la tierra comenzó dos mil años atrás cuando el Mesías, que era un hombre con Dios en él, nació en un pesebre en Belén de Judea.30 En Su ministerio, Él nos dice a todos, “El Reino de Dios no vendrá con advertencia...He aquí el Reino de Dios está entre vosotros” (Lc. 17:20-21). En los Evangelios, Cristo, el Mesías, nos cuenta cómo el Reino Mesiánico en la tierra, el Reino del Cielo en la tierra, puede ser y tiene que estar en nosotros si deseamos vivir eternamente en el Cielo.31 Él nos dice cómo podemos hacernos parte de la comunidad Mesiánica en la tierra.32 En pocas palabras, el Mismo Mesías tiene que entrar en nosotros por el Espíritu, es decir, Él tiene que despertar nuestros espíritus con la luz y la vida de Su Espíritu eterno.33 Una vez que la persona final reciba el Reino del Cielo o el Reino Mesiánico en su corazón aquí en la tierra, no habrá más salvación.34

El Reino del Cielo se tiene que recibir en nosotros mientras estamos en la tierra porque una vez que un espíritu no regenerado deja el cuerpo humano, ya no puede ser salvo o redimido. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27). No hay tal cosa como la reincarnación.35 Cada obra del hombre, sea buena o mala, será probada por la Palabra de Dios en el juicio.36 Cada obra será pesada en la balanza.37 Puesto que no sabemos lo que traerá cada día, hoy puede ser tu día de juicio.38 Abandona tu vida sin sentido y deja que Cristo con Su Padre por el Espíritu entren en tu espíritu para vivificarlo.39 El Espíritu de Cristo está equipado con el poder de dominar tu espíritu, alma, mente, y carne carnales, dándote la victoria sobre tu ser completo así como victoria sobre Satanás, el pecado, el mundo demoníaco, la muerte, el Infierno, y el sepulcro.40 El Señor te amó tanto que murió, resucitó de entre los muertos, y ascendió a los cielos con el fin de enviar en ti Su misma vida victoriosa por el Espíritu; solo si pides.41 Lo único que tienes que hacer es pedir.42 Pide ahora y recibirás ahora diciendo esta oración:

Oración

Mi Señor y mi Dios, ten misericordia de mi alma pecadora.1 Yo creo que Jesucristo es el Hijo del Dios Viviente.2 Creo que Él murió en la cruz y derramó Su preciosa sangre por el perdón de todos mis pecados. 3 Creo que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos por el poder del Espíritu Santo4 y que Él está sentado a la mano derecha de Dios en este momento, escuchando mi confesión de pecado y esta oración. 5 Abro la puerta de mi corazón, y Te invito en mi corazón Señor Jesús. 6 Lava todos mis pecados sucios en la preciosa sangre que Tú derramaste por mí en la cruz del Calvario. 7 Tú no me rechazarás, Señor Jesús; Tú perdonarás mis pecados y salvarás mi alma. Lo sé porque Tu Palabra, así lo dice. 8 Tu Palabra dice que Tú no rechazarás a nadie, y eso me incluye a mí.9 Por eso, sé que me has escuchado, sé que me has contestado, y sé que soy salvo.Por eso, sé que me has escuchado, sé que me has contestado, y sé que soy salvo.10 Y Te doy gracias, Señor Jesús, por salvar mi alma, y Te mostraré mi agradecimiento haciendo como Tú mandas y no pecar más. 11

Usted acaba de completar el primer paso en una serie de cinco pasos que se requieren para recibir la salvación. Su segundo paso es negarse a sí mismo y aceptar la cruz cada día con el propósito de mortificarse, es decir, para darle muerte a su propia voluntad, a su ser autosuficiente, y al mundo con todos sus deseos. Todos estos tienen que ser bautizados en la muerte de Cristo. El tercer paso es su resurrección de la vida satánica de Adán a la vida libre de pecados de Cristo. El cuarto paso es su ascensión a una posición de autoridad para reinar por Dios en la tierra, y el quinto paso es reinar por Dios en la tierra hasta el fin con el propósito de traer el reino del Cielo a la tierra. Usted tiene que aprender la Palabra de Dios, luego someterse y hacer lo que la Palabra dice, para que la Iglesia y el mundo puedan ver pruebas de su sumisión a la Palabra de Dios, Su orden, y Su autoridad en usted y por usted.
Alabado sea el Señor. Que Dios lo recompense abundantemente.

Pastor Mundial Tony Alamo


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© Propiedad literaria , febrero, 2001 Todo derecho reservado Pastor Mundial Tony Alamo ® Registrado, febrero, 2001


Notas del "ESCUCHANDO LA INCITACIÓN DE DIOS ":vuelva arriba

1 Jn. 14:16-20, 23, 15:4-17, 16:7-8, 13, 17:21-23, 26, Ro. 8:10-11, 1 Co. 3:9, 16, 6:19-20, 15:10, Gá. 2:20, Ef. 3:16-21, 1 Jn. 3:6, 24, 4:4, 5:12 vuelva

2 Jn. 15:9-11, 16, Ef. 1:4-11, 2:10, 18-22, 4:11-16, Col. 2:9-10, 1 Ts. 5:23-24, 2 Ts. 2:13-17 vuelva

3 Pr. 3:5-7, 26:12, Ro. 8:5-7, 1 Co. 2:5-7, 16, Fil. 2:5, 1 P. 4:1 vuelva

4 Lc. 12:11-12, Jn. 14:26, 16:13-14 vuelva

5 Mt. 10:19-20, Jn. 5:17, 1 Co. 3:16-17, 6:19-20, 15:10 vuelva

6 Jn. 17:17-19, 1 Co. 1:2, 30, 6:11, 2 Co. 6:14-18, Gá. 2:20, Ef. 5:25-27, 1 Ts. 4:3-4, 5:23, 2 Ts. 2:13-14, He. 13:12, 21, Stg. 1:27 vuelva

7 Jn. 14:12 vuelva

8 Jn. 8:28-29, 11:25, 14:1, 6, 10-12, Fil. 2:8, Col. 2:9, Ap. 1:8, 21:6 vuelva

9 Ro. 6:3-6, 12-13, 8:9-11, 13:14, 1 Co. 15:10, Gá. 2:20, 5:24-25, Col. 3:3-10 vuelva

10 Gá. 5:16-21, 24, Mt. 13:20-22, 19:16-26, Lc. 16:19-31, Jn. 3:6, Ro. 7:15-23, 8:1, 3-9, 12-13, 13:14, 1 Co. 2:13-14, 15:50, 2 Co. 4:11, 5:17, 7:1, 10:2-6, Gá. 2:20, 6:8, Ef. 2:3-7, 12-13, 2 Ti. 4:10, He. 10:38, Stg. 4:1, 2 P. 2:10, 1 Jn. 2:15-16 vuelva

11 Mt. 13:20-22, 19:16-26, Lc. 16:19-31, Jn. 3:6, 6:66, Ro. 6:19, 7:5, 7:15-23, 8:1, 6, 13, Gá. 5:16-21, 24, 2 Ti. 4:10, Stg. 4:1, 1 P. 3:21 vuelva

12 Jn. 5:14, He. 10:26-27, Ap. 1:18 vuelva

13 Mt. 13:23, Ro. 7:15-25, 8:1-17, 1 Co. 2:13-16, He. 10:38-39 vuelva

14 Zac. 4:6, Hch. 13:47, 49-52, 20:17-24, Ro. 5:1-5, cap 8, 1 Co. 15:9-10, Gá. 5:22-25, Ef. 2:19-22, 4:14-15, 17-32 vuelva

15 Mt. 11:28-30, Jn. 3:6, 10:7, 11:25, 14:6, 15:4-5, Hch. 4:12, Ro. 8:1-7, 9, 11-14, 35-39, 1 Co. 15:45-50, Ap. 1:8 vuelva

16 Zac. 4:6, Mt. 6:33, 13:23, Hch. 13:47-52, 20:17-24, Ro. 5:1-5, cap. 8, 1 Co. 2:13-16, Gá. 5:22-25, He. 10:38-39 vuelva

17 Lc. 24:49, 19:12-13, Jn. 14:26-28, 16:7-16, He. 13:5 vuelva

18 Neh. 8:10, Lc. 6:22-23, 10:20, Jn. 10:10, 28-29, 11:25, 15:11, 17:2, Ro. 5:1-2, 8:15-16, 15:13, Gá. 4:6, 5:22-24, Ef. 1:19-23, 1 P. 1:8-9 vuelva

19 1 Co. 2:3, 2 Co. 7:15, Ef. 6:5, Fil. 2:12 vuelva

20 Ez. 36:27, Mt. 9:13, Jn. 14:20, 15:3-5, 17:21-23, 26, 1 Co. 3:16-17, 6:19-20, 2 Co. 6:16-18, 13:5, 1 Ti. 1:15 vuelva

21 Ro. 8:1, 4, 31, Gá. 5:16, Fil. 2:15 vuelva

22 Jn. 14:26, Ro. 8:1, 4, Gá. 5:16, 25, Ef. 5:8-11 vuelva

23 Mt. 6:33 vuelva

24 Jn. 3:3-8 vuelva

25 Ro. 12:1-2, 2 Co. 3:17-18, Gá. 5:16-25 vuelva

26 Mt. 16:19, Jn. 6:27, 15:2-8, 14, 16:13-15, 2 Co. 5:10, Gá. 6:8, 2 Ti. 4:1-2 vuelva

27 Dn. 12:2, Mt. 16:19-20, Jn. 6:27, 15:2-8, 14, 16:13-15, 2 Co. 5:1, 10, Gá. 6:8, 2 Ti. 4:1-2, Ap. 14:9-11 vuelva

28 Dt. 10:12-13, 20, Job 28:28, Pr. 3:7, 14:27, 16:16, Ecl. 12:13, Jn. 14:15, 21, 15:9-10, 1 Jn. 2:4-6, 5:2 vuelva

29 Am 3:3 vuelva

30 Is. 7:14-15, Lc. 2:6-7, 11-12, Jn. 1:10-14, 7:42 vuelva

31 Mt. 6:10, Lc. 17:20-21, Jn. 14:23, 17:11-22 vuelva

32 Ro. 6:4-11, 8:1-6, 1 Co. 12:12-14, 2 Co. 4:11, Gá. 3:26-28, Col. 1:27-28, 2 Ti. 1:8-10 vuelva

33 Jn. 3:3, 5-7, 36, 5:24-26, 6:63, Ro. 8:2, 10-11, 1 P. 1:23, 1 Jn. 5:11-12 vuelva

34 Mt. 13:40-43, 1 Co. 15:22-24, Ap. 14:15-19, 22:11 vuelva

35 Gn. 3:19, Job 16:22, 18:5-18, Sal. 104:29, Ecl. 12:5-7, He. 9:27 vuelva

36 Ecl. 3:17, 12:14, 1 Co. 3:13, 2 Co. 5:10, 1 P. 1:17, Ap. 20:12-13, 15 vuelva

37 1 S. 2:3, Pr. 16:2, Dn. 5:27, 1 Co. 3:13, Ap. 22:12 vuelva

38 Pr. 27:1, Lc. 12:16-20, 21:34-35, Stg. 4:13-14 vuelva

39 Jn. 6:63, Ro. 8:1-2, 5-11, 2 Co. 3:6, Gá. 6:8, Ef. 2:12-22 vuelva

40 Jn. 16:33, 17:1-3, Ro. 8:37-39, Ef. 6:13-18, 2 Ti. 4:18, 1 Jn. 2:13-14, 4:4, Ap. 1:18, 2:26-27, 3:21 vuelva

41 Mt. 27:26-66, 28:1-7, Lc. 24:36-51, Jn. 14:12, 16:7-8, Hch. 2:22-42, Ro. 8:34, 1 Co. 15:3-7, 10, 2 Co. 5:14-15 vuelva

42 Jl. 2:32, Mt. 7:7-11, 21:22, Jn. 16:24, Hch. 2:21, Ro. 10:9-13, Stg. 4:2, 1 Jn. 3:22, Ap. 3:20 vuelva

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Notas de la Oración:

1. Sal 51:5, Ro. 3:10-12, 23 vuelva

2. Mt. 26:63-64, 27:54, Lc. 1:30-33, Jn. 9:35-37, Ro. 1:3-4 vuelva

3. Hch. 4:12, 20:28, Ro. 3:25, 1 Jn. 1:7, Ap. 5:9 vuelva

4. Sal. 16:9-10, Mt. 28:5-7, Mr. 16:9, Jn. 2:19, 21, 10:17-18, 11:25, Hch. 2:24, 3:15, Ro. 8:11, 1 Co. 15:3-6 vuelva

5. Lc. 22:69, Hch. 2:25-36, He. 10:12-13 vuelva

6. Ro. 8:11, 1 Co. 3:16, Ap. 3:20 vuelva

7. Ef. 2:13-22, He. 9:22, 13:12, 20-21, 1 Jn. 1:7, Ap. 1:5, 7:14 Ef. 2:13-22, He. 9:22, 13:12, 20-21, 1 Jn. 1:7, Ap. 1:5, 7:14 vuelva

8. Mt. 26:28, Hch. 2:21, 4:12, Ef. 1:7, Col. 1:14 vuelva

9. Ro. 10:13, Stg. 4:2-3 vuelva

10. He. 11:6 vuelva

11. Jn. 8:11, 1 Co. 15:10, Ap. 7:14, 22:14 vuelva

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